Profundizando

Dice Sonia Villalva Quintana en su libro “Plagas y enfermedades de jardines” (2004, ediciones Mundi Prensa. Pág. 42):

“Una de las medidas más eficaces para evitar la aparición de daños en las plantas es el manejo correcto del suelo, así que hay que contar con un análisis de suelos (y de aguas, en su caso) del espacio a ajardinar […] estos análisis implicarán, no solo a las capas superficiales, sino también a las más profundas”

El suelo está conformado por diferentes estratos más o menos paralelos llamados horizontes y que se han ido originando a partir de la erosión (meteorización) de la roca original debido a la a acción de diferentes agentes y de los aportes de materiales provenientes de los restos orgánicos más o menos descompuestos. En líneas generales, en un bosque los horizontes superficiales, 0 y A, serán las que alberguen más vida microbiana (tierra vegetal). Por debajo, estaría el horizonte B que es bastante inerte pero que posee minerales necesarios para la vida de las plantas por lo que es explorado por las raíces de algunas de ellas. Más abajo estaría la roca madre más o menos fragmentada. Existen otros horizontes intermedios, como el horizonte E o eluvial, que puede aparecer o no y donde muchos minerales se han lavado. Nosotros actuaremos sobre los dos primeros (ver AQUÍ)

Es bastante probable que, para realizar un xeropaisaje nos veamos obligados a realizar enmiendas de todo tipo para mejorar la estructura de la tierra sobre la que vamos a plantar, de modo que será obligatorio conocer el estado inicial de esta. En la mayoría de las ocasiones, la parcela en la que se construye una casa suele servir, durante la obra, como escombrera y suele sufrir también el paso de maquinaria pesada que la va a compactar. Además, seguramente ya partiríamos de un suelo con algún tipo de carencias de tipo orgánico, quizás demasiado arenoso o, por el contrario, muy arcilloso.  En una primera aproximación, una persona acostumbrada a trabajar con la tierra y las plantas podrá reconocer algunas de estas carencias, pero no será suficiente con su veredicto, ya que las propiedades que debemos conocer quedan casi siempre ocultas a la vista y el tacto.

El estado óptimo para nuestro xeropaisaje

Para la pregunta “¿cuál sería el estado óptimo del terreno en el que queremos desarrollar nuestro xeropaisaje?” la respuesta es compleja, pero si hay una palabra que define este estado, esa es EQUILIBRIO. Tradicionalmente se considera un buen suelo aquel que contiene unas proporciones equilibradas de arenas, limos y arcillas y de materia orgánica y un equilibrio entre elementos sólidos, líquidos y gaseosos (ver AQUÍ).

Además, para garantizar una buena disponibilidad de agua y, por tanto, de nutrientes, es necesario que esta se encuentre en el sustrato también de manera equilibrada, es decir, ni demasiado seco (no existiría vida microbiana) ni demasiado húmedo (no se produce intercambio de gases). También se suele afirmar que el pH adecuado para la mayoría de las plantas está en un término ligeramente ácido, entre valores de 6,5 a 7.

No obstante, hay excepciones.

¿Cuál es, exactamente, la proporción equilibrada necesaria?

La respuesta la darán las plantas utilizadas. No necesita el mismo suelo una cactácea como la Opuntia ficus-indica o una gramínea como la Festuca glauca que un durillo (Vivurnum tinus). Para conocer el suelo del jardín buscaremos, en primer lugar, información a través de los sentidos.

Muchos datos relevantes se obtienen tomando una simple porción de tierra tomada entre las manos y utilizando nuestros sentidos: ¿Al olerla huele a bosque o a lodo?, ¿se desmenuza o esta aterronada o pegajosa?, ¿está seca o empapada? Al hacer un “puro” entre las manos ¿este se parte fácilmente o permite moldearla? Si practicamos un hoyo de unos 40 o 50 centímetros y lo rellenamos de agua, ¿Cuánto tiempo transcurre hasta que esta percola a través de las capas del fondo?

¿Contiene la tierra partículas gruesas como escombros o gravas? ¿está compactada por el paso de vehículos o personas? ¿cuál es la vegetación espontánea o existente en el lugar y que carencias muestra? ¿es de color marrón, rojizo o negro? Las respuestas a estas preguntas nos van a dar información sobre:

Textura:
más o menos franca

Capacidad de drenaje de los horizontes inferiores.

Existencia de
vida microbiana.

Acidez o
alcalinidad.

Otros aspectos importantes a observar en un suelo para un xeropaisaje

Relieve
del terreno

Observar escorrentías, zonas de sombra provocadas por taludes orientados al norte…

Vida anterior
de ese suelo

En Internet o en algún archivo local podemos encontrar datos que nos informen de los usos anteriores de la parcela. Así, será de mejor calidad si fue zona de monte bajo o de huerta que si se empleó de vertedero.  Saberlo nos anticipará lo que luego vamos a conocer a través de los análisis.

Existencia de ríos o pozos cercanos o plantas indicadoras de humedad

Evidenciarían la presencia de cursos subterráneos de agua o capa freática. Su existencia podría resultar interesante de cara a reducir riegos en el futuro si forzamos al área radicular de las plantas a explorar.

Si se tiene la posibilidad de acceder a la parcela en el momento de la excavación para la obra civil o de la vivienda o si el presupuesto lo permite, una calicata es una buena fuente de información. Una retro-excavadora o una máquina de perforación de geotécnia puede facilitarnos un muestreo de los diferentes estratos que nos va a servir para conocer perfectamente la estructura de cada uno.

Una vez recopilada toda la información procederemos a evaluar la oportunidad de modificar el suelo y/o el relieve en aquellos puntos en que sea necesario de cara a garantizar la supervivencia o, mejor aún, el óptimo desarrollo de las plantas. Será un condicionante el hecho de que se trata de xeropaisajismo® y, por tanto, queremos máxima fecundidad con mínimo gasto de recursos hídricos.